Jesús Adame : COSAS MÍAS, ¿Quién coño tiene la culpa?

el 12/4/2011 9:59:27 (26 Lecturas)

Perdonen, pero es que uno ya se vuelve hasta grosero. Se acaba de dictar sentencia por el asesinato (horrible y deshumanizado) de aquella niña a manos de aquellos ¿niños? que se han venido cachondeando de la justicia, de la policía, de los familiares y de todo el personal, amparados en la impunidad que les proporciona la «mala Ley del Menor». ¿Muy duro?, pero real, ¿no?. ¿Quién no se ha sonrojado desde aquella fecha en la que los padres (y la sociedad) sufrieron el mazazo del brutal crimen cada vez que esos animalitos sin educación alguna indicaban el falso lugar donde la habían enterrado una vez asesinada?. Los cientos de miles de Euros gastados son lo de menos, por supuesto, pero la burla,…¡por Dios Bendito!.

 

Y el caso es que no son únicos estos especímenes salidos de las Aulas; bueno, para salir hay que entrar y estos creo que nunca hubieran llegado a sentarse en el pupitre. No son los únicos, hay cientos, miles de casos, de familias, en las que se sufren tremendamente a estos productos de desecho de nuestra sociedad. Todos conocemos casos de la arrogancia, la desfachatez, la cara dura de niñatos que se enfrentan a sus padres o a las fuerzas de seguridad enarbolando su impunidad de «menor»; ¡que se saben la ley mejor que los abogados!. Vamos, ¡que tienen una capacidad muy superior a la de un chaval normal de dieciocho años, y, por tanto, que también deberían tenerla para recibir el merecido castigo!. Pero, claro, ¡es menor!; ¡no ha cumplido los dieciocho!; aunque maneja estupendamente los resortes de la estúpida y dañina ley que no le protege sino que a él, más aún que a la sociedad que le rodea y le sufre, es a quien hace mayor daño. Repito ¿quién tiene la culpa de que estos árboles se hayan torcido?. Porque de todos es sabido la verdad del refrán. Si a medida que crece se endereza el árbol, tendrá un fuste recto y firme. En caso contrario, el viento le irá retorciendo; y, no cabe duda, en la sociedad de hoy el viento no puede ser más nefasto en esas aulas, y en esos botellones, y en…

La respuesta, aún pareciendo complicada de obtener, creo que es obvia. ¿Cómo justificar a esos padres el que su hija esté muerta a manos de unos criminales?, ¿cómo no poder darles la satisfacción de que sepan dónde está su cuerpo porque a los tales no les sale de los cuales decir donde lo dejaron?, y ¿cómo evitarles el dolor de ver pasear tan tranquilos a los cuales dentro de nada por delante de sus narices?. Por supuesto, eliminando la Ley del Menor; o sea, si alguien es suficiente para delinquir, lo debe ser para penar. Quizás sea ésta una deducción demasiado simplista e inadecuada; no es desde luego todo lo sesuda que el asunto requiere. Pero tampoco lo es la de «que no tiene cumplida la edad legal» porque resulta demasiado dramática para los padres de la niña y para nuestra sociedad en general. No, no, no me vale. Sigamos entonces indagando; los padres no pueden crear este tipo de monstruos, porque para ellos deberían serlo, a su vez, y tantos monstruos no ha habido jamás en este país. Si tienen una parte alícuota de culpa desde el momento en que, algunos de ellos, miran para otro lado ante las actitudes sospechosas de sus hijos, si bien es cierto que cuando estos inician el camino equivocado la calle puede más que los padres y estos quedan ridiculizados por aquélla. El propio animalito realmente no tiene culpa alguna por la razón apuntada del enderezamiento del arbolito. Quien le dobla es sin duda el viento que sopla en el país; recuerdo una frase épica gritada por un tolerante: «Rockeros, el que no esté colocado, ¡que se coloque!». Y el viento comenzó a arreciar; hoy ya es huracanado. Ah, ¿qué no?, el botellón se encuentra santificado, siendo notorio que no es que solo se fume en el tabaco legal de forma indebida, sino que se «jartan hasta las patas» los menores de toda clase de hierbajos y polvillos que no nombro porque los desconozco ya que antes no había de ‘eso’. El cole no tiene autoridad ninguna; pobre del maestro que se atreva a levantar la voz al niñato; lo mejor es que ande de Psicólogos hasta que le llegue la bendita hora de la jubilación. Para qué seguir.

El Sr. Juez no puede hacer otra cosa que aquella para la que le pagan el sueldo: aplicar la ley. Y si en su fuero interno desearía darle un par de leches al chiquillo, le tiene que absolver conforme a lo que la ley disponga. Ahí tampoco nace la cuestión. Nace, por tanto, sin duda, de la propia Ley. Y la ley debe nacer para proteger al personal, pero a todo el personal y, naturalmente, para protegerle del propio personal, pero ¡de todo el propio personal!. No debe consentir que un personal de setenta años fallezca a manos de otro de dieciséis y este se vaya de rositas. Como no debiera consentir que un personal que aún no ha visto la bellísima luz de este mundo no llegue a alcanzar esa gracia por la «graciosa decisión» de la que hubiera sido «su mamá» de no quitarle de en medio, eso sí, acogida a la más absurda de las legalidades.

Por ahí va la cosa, desde luego. Por la ley. La ley, que se hace necesaria en su renovación constante, debería ser respetuosa con todos. Pero, ¿quién hace la ley?; ¿la «mala le… «? y por qué, ¡no nace como las setas en el campo!. Los políticos la hacen. A mí no me pueden engañar con que «habrá que corregir la ley», o, todavía más osado, «el menor es el menor», o también, «el derecho de la madre a ¿SU CUERPO?». Mire usted, caballero, yo le he dado mi voto (hace muchísimo tiempo ya que se lo niego, bien es cierto) para que legisle en razón a crearme un clima, un ambiente o, en palabras ecológicas, un «hábitat» seguro (con mis impuestos, que no le exijo que lo pague usted), para que yo pueda desarrollarme como persona y encauzar a mi familia sin molestar ni dañar a nadie; y, claro, sin que nadie me dañe o moleste, bajo pena de pago al que la haga, sea quien sea.

Y, ¿en qué entorno se fabrica la ley?. En una dictadura sale del talante «aquí se hace lo que mando yo»; en un estado de derecho, «contemplando todas las opiniones»; en uno de izquierdo (que no de «izquierdas», aclaro), tu vótame que «luego ya veremos».

Lamentable conclusión la que extraigo, y corríjanme por favor, si me equivoco: es este último status el que «disfrutamos en nuestro querido (antes por todos y ahora por algunos) país. Solución, y admito la coherente corrección, si procediera: hagamos una democracia, un sistema en el que los políticos no conformen una «casta»; en la que ellos, sean «los últimos» si es que quieren ser «los primeros»; en la que no primen «sus intereses, y los de partido, sobre los nuestros»; en la que… ¡una democracia, coño!.

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