Por: Pedro Rodríguez Bermejo

Un hombre lo abandona todo menos sus obsesiones

 

“LA CASA AL FINAL DE LA CURVA” (4 estrellas)

 

DIRECTOR: Jason Buxton.

INTÉRPRETES: Ben Foster, Cobie Smulders, William Kosovic, Alexandra Castillo, Reid Price.

GÉNERO: Thriller psicológico / DURACIÓN: 137 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 2024

Estreno en España: 6/06/2025

 

Tras dirigir en 2012 la interesantísima Blackbird, un drama sobre un adolescente problemático y las taras del sistema judicial, el guionista y director canadiense Jason Buxton representa uno de esos casos paradigmáticos de cineastas que debutaron con éxito crítico y tras más de una década desaparecidos nos invitan a asistir al estreno de su nueva criatura, como si ese largo paréntesis sólo fuera un síntoma de la decadencia de una industria que anda perdida por un laberinto sin encontrar la salida.

Buxton nos presenta ahora La casa al final de la curva, una historia que sigue a Josh (Ben Foster), un padre de familia que queda traumatizado con un accidente de tráfico que tiene ligar en la curva cerrada frente a su casa mientras está haciendo el amor con su mujer, Rachel (Cobie Smulders). Conmocionado, comienza a desarrollar una obsesión enfermiza por salvar a las víctimas de accidentes automovilísticos que suceden en la curva cercana al jardín de su casa. Una obsesión peligrosa que le llevará a sobrepasar límites insospechados, poniendo en riesgo en riesgo el bienestar y la relación con su esposa y su hijo.

La casa al final de la curva es una pequeña gran película que en forma de thriller psicológico se adentra en los peligros de las obsesiones y las inseguridades masculinas necesitadas siempre de autoafirmación, en ese sentido la película se aleja del mero suspense para explorar parajes más filosóficos y profundamente humanos. La función se basa en un relato corto de Russell Wangersky que al director le sirve para crear un inquietante clima atmosférico y realizar un estudio perturbador sobre un hombre en crisis, pero también sobre la necesidad de control, los traumas subterráneos y las máscaras que utilizamos para ocultar una obsesión disfrazada de vocación.

Ben Foster nos ofrece una de las mejores interpretaciones dando oxígeno a Josh, un tipo vulgar aburrido de su trabajo y casado con una agente inmobiliaria que dejan el bullicio del centro de la ciudad para irse a vivir a un caserón en las afueras y lo que encuentran es una peligrosa curva junto a su casa donde, con alarmante frecuencia, ocurren accidentes mortales. Josh quiere ayudar y salvar vidas, y lo que comienza como un gesto altruista -llegar el primero para socorrer a las víctimas- se convierte en una fijación malsana.

Foster desciende a esa oscuridad con una mezcla de contención y furia silenciosa, su gestualidad y su rostro transmiten más que cualquier diálogo. Así, Jason Buxton dirige con buen pulso renegando del efectismo facilón y la tensión constante se construye a partir de lo cotidiano: las cenas en casa con los amigos, los problemas con su mujer y las visitas de ambos a la psicóloga, los cursos de primeros auxilios, la cada vez más distante relación con su adorado hijo, los frenazos escalofriantes de los coches al llegar a la letal curva. La iluminación de Guy Godfree atrapa con acierto el contraste entre el aparente “sosiego” del entorno y la marejada interna del protagonista, que teme perder el anclaje emocional de su familia y no es consciente de su creciente distorsión de la realidad, de cómo un propósito heroico y la necesidad de sentirse relevante deriva progresivamente en un severo deterioro psicológico, estado mental que acentúa la música de Stephen McKeon. La casa al final de la curva se impone como una magnífica introspección sobre los extraños misterios de la naturaleza humana, que sin ofrecer respuestas incomoda por el perceptible realismo que desborda la pantalla.

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