Siempre tironeando hacia los papeles que tienen buenos titulares y, a ser posible, mejores autores, me recuesto en la voluminosa y reconocida Enciclopedia Humanidades que me susurra que el progresismo es el conjunto de doctrinas políticas caracterizadas por un cierto pragmatismo político y por la defensa de los derechos civiles de igualdad, libertad y justicia, teniendo como norte el progreso de las sociedades, por lo general, vinculadas con posiciones políticas de izquierda (democrática, faltaría más) y de centro-izquierda, vinculados con el feminismo y el ecologismo de los que se definen como garantes en exclusiva.

En esta mezcla caben desde los liberales, hasta los que se llamó hace unos años, Nueva Izquierda europea y pasando por las corrientes latinoamericanas desde el peronismo a movimientos ecologistas, feministas, antiimperialistas (así, de boquilla) y llegando a los ramales de «izquierda» del Partido Demócrata de los USA. Eso sí, siempre que superen un rigoroso examen en las dos materias que, con carácter selectivo, determinan lo que debe ser: el militarismo global de la OTAN y la austeridad de las grandes iglesias de la economía mundial. Con esas dos asignaturas aprobadas, hasta la señora Meloni, hace cuatro días posfascista, iliberal y de extrema y descatalogada derecha, hoy ya es un socio fiable y dentro de nada la veremos llamando a la puerta del movimiento progresista mundial; como todo es teoría pura y dura, cada uno se pone la etiqueta que más le place; para entendernos mejor, lo simplifican todo hasta niveles infantiles: «avanzar es bueno (PSOE, Podemos); quedarse parado es malo (PP), mirar hacia atrás es peor (Vox)», tralará, tralará; ese es el esquema ideológico y no le busquemos mayor sustancia al invento.

La deriva conceptual del término se hace por pura gravedad cuando recordamos que las dictaduras de América Latina de la segunda mitad del siglo pasado eran llamadas de «orden y progreso», o el lema que brilla en la bandera de Brasil, «ordem e progresso»; parece más que evidente que el término progresista, cuando se enfrenta a la realidad, sufre un vaciamiento semántico y hasta un recorte gramatical permanente; se queda en progre, término de tinte claramente despectivo.

Contenida en la resolución 2542 de las Naciones Unidas se encuentra la Declaración sobre el Progreso y el Desarrollo en lo social y en su artículo 7 puede leerse lo siguiente: «La equitativa distribución de la riqueza nacional entre todos los miembros de la sociedad es la base de todo progreso social».

Cualquier desinformado como yo mismo tiene derecho a preguntarse qué es eso de la riqueza nacional y cómo puede repartirse esa riqueza de forma equitativa entre todos con 12,5 millones de pobres, 2,5 millones de parados, 39.000 millones de beneficios de la banca en 2023 de los que un 65% provienen de una transferencia del Banco de España (diario Público 6/3/2024), o sea, de una transferencia de la cuenta corriente colectiva, o sea de la riqueza colectiva, efectivamente repartida de forma equitativa porque proviene de los impuestos de todos los españoles y/o de la deuda de todos los españoles.

Un ejemplo muy claro de que los progres (y las progres) empoderados conocen y cumplen el artículo 7 de la resolución 2542 de la ONU, salvo en lo que concierne a su particular daltonismo ideológico por el que confunden deuda nacional con riqueza nacional. Como buenos administradores (los mejores) de la gran empresa mundial que es el capitalismo, hacen real aquel lema «la de banca siempre gana».

Para llegar a conclusiones contundentes y desmontar las muchas falacias, mentiras y contradicciones que, en la práctica política diaria en su universo de implantación «democrática» habría muchos ejemplos más que determinantes. Uno de ellos es el de los recursos naturales. El agua que hace un tiempo corría libremente por los ríos pasó de golpe, y gracias a su embalsamiento, a convertirse en mercancía estratégica y, por ende, objeto de deseo de la voracidad del sistema capitalista; en un trato desigual, como todos en los que una parte es el capital, éste obtuvo de los poderes públicos el derecho a utilizarla para que, mediante un proceso de transformación sólo al alcance de los poderes financieros, convirtieron el agua en energía eléctrica, un producto que, gracias a la tecnología, también en poder de los mismos, suponía una plusvalía descomunal a favor de las compañías eléctricas. Hasta el punto de que, cuando los efectos del cambio climático redujeron la materia prima, ésta escaseó para usos vitales: domésticos, agrícolas o industriales.

Cuando en distintos lugares, los progresistas llegaron al poder se limitaron a respetar los acuerdos leoninos a los que habían llegado los gobiernos anteriores con las compañías eléctricas. Una demostración más del sentido progresista de la riqueza nacional y su reparto equitativo que figura en el cartón piedra de su rimbombante carta fundacional.

Como fuerza política, el progresismo no es fácil de situar, mucho más cuando asume una radical ausencia de crítica clara y de «ayuda» escandalosa hacia el Sistema capitalista que retrata cualquier intento de colocar el progresismo como un movimiento situado a la izquierda, ni siquiera socialdemócrata, si ese trabalenguas fuera posible; sus príncipes y sacerdotes se suben al poder con la falsa vitola de progresistas, y sienten verdadera aversión por toda acción política que tenga algo que ver con una de las palabras de su lenguaje político: el intervencionismo como la enfermedad más incurable que puede padecer la libertad, libre mercado, capitalismo duro y puro; las reglas del mercado son sagradas para ellos, y si hay que sacrificar una parte de la sacralizada libertad, todo es válido para garantizar la salud del Sistema.

Los progres son la primera línea de infantería en el aquelarre militarista y belicista actual, en el que el Gran Patrón les ha ordenado meterse, con la promesa de unas migajas en el botín final. Su locura por un certificado de buena conducta lleva a sus pueblos a entrar en conflictos, ruptura de compromisos, larga y dignamente adquiridos con su alineamiento con bloqueos comerciales que, al no respetar las propias reglas del becerro de oro, el angelical «libre mercado», perjudican brutalmente a sus propios ciudadanos.

La ideología del progresismo es una simple proporción matemática: progresista es a progreso, como carterista es a cartera; pues ahí los tenemos, como aquello de que, con una mula y una vaca montaron un negocio que dura ya más de dos mil años.

 

Mariano Escobar Muñoz

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