LEÍDO, ELEGIDO, ELEGANTE, INTELIGENTE
Por: Dámaso Giráldez Domínguez.
No. Por mucho que lo parezca, el título no alude a nuestro insigne y fascinante presidente del Gobierno. Nuestras divagaciones van por otras lindes: los mágicos vericuetos lingüísticos, bien distantes del diletantismo político.
Y es que estos cuatro calificativos, además de manifestarse con clara evidencia en la identidad física e intelectual del Sr. Sánchez, guardan entre sí un tan alto grado de parentesco etimológico, de hermandad lingüística, de familiaridad histórica que, a simple vista, su afinidad tiene que resultarnos sorprendente, si no totalmente inesperada.
La historia de las palabras es muy larga; tan antigua como la del hombre: en realidad no sería ninguna osadía aceptar que hubo hombre cuando hubo palabra. Y así, como le ocurre a nuestra especie, durante su larga existencia, durante su extenso devenir, las palabras han tenido espacio para ir cambiando de aspecto y de figura, tal como cambiamos los humanos, sin darnos cuenta; han tenido la necesidad de acomodarse a nuevos tiempos, de adaptarse a otras circunstancias, de establecer nuevas relaciones con otras palabras, como hacemos los hombres en las distintas etapas de nuestras vidas; han tenido, finalmente, la obligación de desarrollar nuevos usos y funciones, e incluso, en una especie de Alzheimer lingüístico, han llegado a olvidar sus orígenes y a desconocer sus raíces.
En el caso que nos ocupa, que es la historia de estas cuatro palabras, su saga familiar comenzó hace mucho, mucho tiempo, cuando en casi todo Occidente y gran parte de Oriente existía un sistema de comunicación bastante común, que hoy llamamos indoeuropeo y del que proceden, por ejemplo, nuestro latín; el griego clásico; el proto gótico, padre a su vez de los idiomas germánicos modernos, como el inglés y el alemán; o el sánscrito, arcaica lengua clásica, literaria y litúrgica usada en la antigua India.
Pues bien, en indoeuropeo existía una raíz, que transcribiremos como “LEG”, cuyo significado nos conduce a ideas semejantes a las de “juntar, recolectar, recoger, reunir, extraer”. Esta raíz “LEG” es el origen del verbo latino legere, inicialmente “reunir, coger…” y posteriormente, tras un proceso metafórico, “leer”. Claro está que hemos de entender pues, desde el punto de vista etimológico, la acción de leer, la lectura, como un ejercicio intelectual de recolección y unión de grafemas para extraer de ellos los significados, es decir, las ideas. La metáfora podría describirse así: tal como el campesino arranca de los surcos de la tierra la benéfica cosecha, de la misma forma el instruido extrae de los renglones de la escritura su sabia enseñanza
A la familia hispánica de “leer” pertenecen numerosos miembros, algunos menos reconocibles, como “legendario, leyenda, aleccionador, lectivo, lectorado, sacrilegio, sortilegio, alexia, dislexia, etc.”
Con la citada raíz “LEG”, y a partir del verbo latino legere, ahora sin el sentido metafórico de “leer”, sino con su valor primitivo de “recoger, sacar, arrancar”, anteponiéndole el prefijo ex-, “fuera” (evitamos explicar la evolución fonética, pues estamos en “Lingüística sin lágrimas”) llegamos al verbo español “elegir”, que significa “preferir a alguien o a algo”, en el sentido de “sacar fuera de un conjunto aquello que más nos gusta o nos conviene”.
Pertenecen a esta familia de “elegir” miembros cuyo parentesco nos puede resultar bastante lejano, como es el caso de “selecto, selección, predilecto, diligente, negligente, ecléctico (que elige las mejores doctrinas de todos los sistemas), o colegio (agrupación de personas destacadas, seleccionadas dentro de una profesión -los primeros colegios lo fueron de magistrados o sacerdotes-).
Emparentado también con aquella forma latina eligere, origen de nuestro verbo “elegir”, tenemos el adjetivo “elegante”, que en latín era un participio de presente (“estudiante”, el que estudia; “pretendiente”, el que pretende), es decir, que no remite al elegido, como pudiera parecer en castellano, sino al que tiene capacidad de elegir y manifiesta buen gusto en sus elecciones. En este sentido, en Roma, Petronio fue acreditado como “árbitro de la elegancia”, bien es verdad que más por su buen criterio literario o artístico que por el que pudiera mostrar en cuanto a su engalanamiento personal o a sus buenas maneras.
Finalmente, “inteligente” se consigue anteponiendo a la forma latina legere “leer, escoger” el prefijo latino inter, “entre” (otra vez esquivamos las explicaciones de su evolución fonética). Como tenemos de nuevo un participio de presente, etimológicamente, hemos de definir el adjetivo “inteligente” como la persona capaz de entender y comprender, sabiendo elegir bien entre las opciones que el discurso ofrece, es decir, podríamos simplificar nosotros, el que sabe leer entre líneas.
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