EL ARTE DE SUMAR LO QUE NO FUE: “MEDEA” NO FUNDÓ NADA
Por: José Manuel Villafaina (TEATRO / LA CRÍTICA)
Hace unos días, el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida se presentó, con pompa diplomática y teatral, en la Exposición Universal de Osaka 2025, de Japón. A la cita acudió su director, Jesús Cimarro -ni extremeño ni particularmente comprometido con la historia real del certamen, pese a sus quince años al timón-, acompañado por la presidenta de la Junta, María Guardiola, y dos actores extremeños de sólida trayectoria, José Vicente Moirón y Gabriel Moreno. Ellos, al menos, ofrecieron con admirable profesionalidad un fragmento de su aplaudido Tito Andrónico en el Pabellón Español.
La presidenta de la Junta MARÍA GUARDIOLA, los actores JOSÉ VICENTE MOIRÓN y GABRIEL MORENO, y CIMARRO, presentando el Festival en Japón.
Con tono oracular y pecho henchido de orgullo institucional, Cimarro proclamó que la “71ª edición” programada para este verano confirmaba la consolidación de “uno de los festivales más antiguos del mundo, el más longevo de España, con clara proyección internacional”, según la nota difundida a los medios por Pentación Espectáculos. Ninguna de estas afirmaciones resiste el más mínimo roce con la verdad. Pero en este artículo me limitaré —por ahora— a desmontar la más contumaz de esas ficciones: la longevidad y fecha autoproclamada del Festival.
Hay errores que enternecen por ingenuos y otros que, por repetidos y altivos, acaban convertidos en monumentos al oportunismo. Tal es el caso de la fábula institucional sobre el origen del Festival: una narración oficial, repetida entre discursos y escritos pomposos, fanfarrias y placas de mármol, que ha logrado pasar por verdad revelada. Como si las musas, pluma en mano y toga al viento, hubieran dictado desde el graderío romano la fecha fundacional.
Según la versión que hoy se defiende con unción casi litúrgica, el Festival habría nacido en 1933 con la “Medea” de Margarita Xirgu. Cierto: fue una representación memorable. Pero también fue solitaria. No generó continuidad, ni estructura, ni voluntad de festival. Y, sin embargo, en 2025 se celebra, con entusiasmo que roza lo surrealista, una supuesta “71ª edición”. ¿De dónde sale esa cifra? Nadie lo sabe. Y ni falta que hace un oráculo ni una calculadora científica: basta un calendario escolar para desmontar la ficción.
La matemagia empezó a deformarse seriamente en 2008, cuando Paco Suárez Montaño asumió la dirección del Festival y, junto a José Monleón, promovió la fastuosa conmemoración del 75º aniversario. Para la ocasión se resucitó el premio Scaena -otorgado al propio Monleón en un gesto de cortesía cortesana- y se encargó un libro conmemorativo: MÉRIDA: LOS CAMINOS DE UN ENCUENTRO POPULAR CON LOS CLÁSICOS GRECOLATINOS (subtitulado “75 ediciones del Festival”). Lo escribió el propio Monleón, con guiños generosos al incienso institucional. Bendecido con fondos públicos de la Asamblea de Extremadura, aquel volumen terminó convertido en evangelio apócrifo de una historia reescrita a medida de sus protagonistas.
La realidad, sin embargo, es muy distinta. El Festival tal como lo conocemos -con continuidad, voluntad institucional y una arquitectura cultural sólida- nació en 1983. Fue fruto del impulso del Centro Dramático de Badajoz, que ya en 1980 y 1981 había llevado al Teatro Romano las obras Lisístrata y Fedra, de Martínez Mediero. Aquel verano del 83, la compañía Torres Naharro -dependiente del Centro y vinculada a la Diputación- estrenó “Golfus de Emérita Augusta”, una pieza concebida por Miguel Murillo, José L. Alonso de Santos, Ramón Ballesteros y José M. Villafaina. La obra rendía homenaje al medio siglo de la primera representación profesional en el Teatro Romano y a los dos milenios de su existencia monumental. No fue una función aislada, sino el eje de una programación estructurada, con cinco representaciones grecolatinas, conciertos, conferencias y exposiciones, desplegada durante dos meses. Fue entonces -y no antes- cuando nació verdaderamente el Festival: solicitado, organizado y soñado por estos extremeños.
Una escena de «GOLFUS DE EMÉRITA AUGUSTA» de la compañía TORRES NAHARRO, del Centro Dramático de Badajoz, en el primer Festival del Teatro Romano, celebrado en 1983.
Pero ese origen fue borrado. La historia del certamen está atravesada por un inconfundible tufo de colonización cultural. Monleón y Cimarro -más justo sería decir: directores impuestos- llegaron desde fuera. Monleón marginó deliberadamente al Centro Dramático de Badajoz, la institución que realmente había luchado por fundar el Festival. Fue una maniobra política envuelta en ropajes de profesionalismo: un silenciamiento premeditado de una generación cultural crítica, creativa y periférica. Desde los despachos de Madrid se asfixió un proyecto autóctono que apostaba por la identidad y la libertad desde los márgenes. Fue censura institucional -sin matices, sin eufemismos- disfrazada de modernización. Y, para colmo, nadie se ha atrevido a reconocerlo como tal.
La “Medea” de 1933, por gloriosa que fuese, no fue sino un relámpago. Un hito, pero sin legado estructurado. Tras esa noche, el Teatro Romano cayó en décadas de silencio, salpicadas apenas por espectáculos aislados (muchos de ellos montadas por aficionados del teatro universitario), sin continuidad ni programación estable. Eso no es un festival. Es, con suerte, una evocación. Contar las ediciones desde 1933 no es una licencia poética: es una distorsión interesada. Bajo la apariencia de homenaje, se esconde una estrategia de autolegitimación institucional. A la Xirgu se le ha erigido una estatua sobre cimientos de humo.
Que Monleón -erudito, viajado, lúcido- aceptara escribir un libro bajo la mirada vigilante de los organizadores y con materiales filtrados por ellos resulta, como mínimo, desconcertante. O peor: indignante. Él sabía -lo sabía bien- lo que es un festival. Lo escribió en su revista “Primer Acto”, lo debatió en foros internacionales (yo mismo compartí varios con él). ¿Por qué entonces firmó semejante tergiversación? ¿Por halagar a quienes financiaban la obra? Sea cual fuere la razón, el resultado es una decepción.
El Patronato se constituyó en 1984 y, desde entonces, ha habido continuidad. Si contamos desde 1983 hasta 2025, se han celebrado 42 ediciones, no 71. Todo lo anterior, sin restar mérito alguno, no son más que antecedentes: chispazos previos al verdadero alumbramiento. En comparación, el Festival Internacional de Teatro y Danza Contemporáneo de Badajoz es aún más longevo, con 48 ediciones a la fecha.
Persistir en lo contrario no es un error de cálculo, sino un acto de fe interesada. Y aunque la historia a veces se disfraza de ceremonia, siempre llega el momento en que exige cuentas. Mientras tanto, algunos seguirán celebrando aniversarios de humo, agraviando a la verdad con laureles que ellos mismos se colocaron.
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