Es de suponer que, si el señor Manes levantara la cabeza, diría aquello de "no me lo puedo creer"; y no sería para menos ya que, después de pasarse la vida entera intentando montar una religión que simplificara todo entre buenos y malos, dieciocho siglos después le llega el éxito; y no uno cualquiera sino aquel que ni se atrevió a imaginar: la sociedad entera dividida en los dos bandos, buenos y malos, sin la más remota posibilidad de matices ni mucho menos excepciones: pones la teletonta y allí están los dos bandos tan definidos que ni se molestan en oírs, (mucho menos en escucharse), en el convencimiento de que la bondad propia es el equivalente certero de la maldad del otro. Si hablan los políticos sucede tres cuartos de lo mismo, las religiones o cualquier otra forma de afirmación personal o colectiva