Hay muchas formas de entender la Semana, y por supuesto todas son
válidas y respetables. Máxime cuando la Constitución nos ampara a todos
los ciudadanos españoles para no ser discriminados por razón de sexo,
edad, ideología o creencias religiosas. Es decir, que todos merecemos el mismo respeto, pensemos lo que pensemos. O... ¿quizás no?
Entender los diferentes puntos de vista sobre esta fiesta cristiana, aceptarlos y vivirlos en un mismo espacio, resulta difícil aunque no imposible. Por eso, ¿qué tal si este año hacemos un esfuerzo y por fin lo conseguimos?
Debo reconocer que la Semana Santa me gusta y mucho, eso sí, como mero espectador. Mi participación no es de fe. Me gustan las procesiones, la exaltación de las diferentes representaciones, me pone la piel de gallina una saeta cantada ante la imagen de un cristo y me parecen verdaderos monumentos muchos de los pasos que salen en procesión. ¿Y entonces...? Se preguntarán. Pues que ninguna de estas cuestiones me hace vivir la Semana Santa con el verdadero sentir de la celebración, desde la fe.
Puedo decir que he disfrutado durante varios años participando en procesiones como cofrade de una hermandad, vestida de Nazareno. Y bajo la túnica morada, desde una posición privilegiada, me he deleitado con el ritual, por su teatralidad, su exaltación y su desgarro, pero al margen de la fe. Difícil de entender para algunos y comprensible para otros muchos. Son aquellos que, como yo, viven la Semana Santa desde dentro con un sentimiento externo.