Más de veinte años habían transcurrido desde el día en que comenzó todo. Con la perspectiva del tiempo, aquello se convirtió en una opinión asumida entre los miembros de la congregación. A la muerte del Astro, su brazo izquierdo, y especialmente su mano izquierda, debería descansar en la sede principal de la Iglesia de la Mano de Dios, en ‘el Paso Sport Café’, ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe.
Aquella mano había humillado a toda Inglaterra en el Mundial de Fútbol del 86. Quizá al conjunto de la Gran Bretaña y, con honrosas excepciones, a la Commonwealth. Merecía, pues, un culto propio. Así lo habían hablado y ahora era un objetivo irrenunciable. Entre buena parte de los devotos anidaba la creencia de que dicho miembro permanecería incorrupto por la propia santidad de Diego Armando. Otros, los de fe más vulnerable, consideraban que, tarde o temprano, el brazo habría de ser embalsamado. La materia, aunque no se destruya, tiende a transformarse. De cualquier manera, nadie cuestionaba que el miembro, pistón que espoleó la moral argentina, debería custodiarse allí y en ningún otro lugar.