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José María Fernández Santos : Pasa la vida, SECUELAS
el 2/7/2020 17:23:26 (422 Lecturas)

Pues sí. Lo cuento como lo siento. Ya no sé en qué país vivo. Ya no soy dueño de mí. En qué fase -ahora que está de moda eso de las fases- de mi vida me encuentro. Qué puedo hacer y qué no. Mi conducta ha sido pautada por unos extraños sin consultarme y contra mi voluntad. Y no me siento libre como ayer

Algo en mi mundo ha cambiado, tal vez para siempre, y no a mejor, me temo. Justo cuando tras años y años de luchas a cuenta, principalmente, de nuestros mayores habíamos alcanzado cotas notables de democracia y de bienestar. Secuela de la pandemia. Y son muchas las dudas sobre un horizonte en el que no se vislumbra una vuelta atrás.
Servidor, sin embargo no quiere ser pesimista. No quiere caer en la depresión. Por eso mismo, toma un Prozac. Cierra los ojos. Respira hondo. Pide, a quien corresponda, un deseo. O dos o tres, venga ya. No pide mucho. Trabajo para todos, derecho al librepensamiento y, como dice el leit motiv de un viejo himno revolucionario, ¡libertad, libertad, libertad!. Todo ello con la esperanza de ganar unas parcelas de felicidad.
La felicidad. Pero, ¿qué es eso?, ¿dónde está?. Un antiguo filósofo, afirma que “puede llamarse feliz aquel que, ayudado de la razón, ni desea ni teme”. Un filósofo estoico, claro está, de esos que tienen como única meta -hay gente para todo-, la frugalidad y la práctica de la virtud. Otros, en cambio, cifran la felicidad en el goce completo de la vida y sus placeres. Al margen siempre de contingencias como la muerte y los dolores. Añaden estos últimos, para consolarnos de nuestro inevitable final que “cuando existimos no existe la muerte y cuando la muerte existe nosotros no existimos”. ¡Toma ya!. No está mal.
Esto de la muerte nos conduce, sin comerlo ni beberlo a otra reflexión, la de la brevedad de la vida. Ustedes perdonen pero hoy me he levantado reflexivo, se me ha ido la pinza, sin duda como secuela del confinamiento recientemente padecido. El mismo filósofo anterior empeñado en darnos la tabarrra afirma, sin cortarse un pelo, que “la vida del sabio es muy dilatada, que no queda reducida a los estrechos límites de la de los demás mortales”.Y yo me pregunto, presa de súbitos temblores, ¿la de los políticos también?. Porque algunos de ellos, con escasa o ninguna sapiencia, parecen eternizarse en el olimpo de su autoridad. Entre la gente del común, por otra parte, no faltan los centenarios o más. Límite al que, nuestro filósofo, tal vez hubiera llegado si no se hubiera cortado heroicamente las venas en un baño de agua tibia por orden imperial.
Servidor entiende que la felicidad estriba, cualquiera que sea la duración de la vida, en estar en paz consigo mismo y con los demás. En el cultivo de buenas amistades, en la degustación de una cerveza en una terraza, en la lectura de un libro inteligente, en la aversión a los programas cutre de la televisión, en el amor de Paquita, ya sea platónico o, mejor, carnal, que eso ya no es pecado, y uno no es de pedernal.
Pero, en fin , ya es hora de bajar de las nubes de la especulación mental y de echar pie a tierra, como si tal. Con cuidado, no vayamos a encontrarnos a un cocodrilo debajo de la cama o en el sofá.
El cocodrilo. Otra secuela del coronavirus, a la que nos tenemos que acostumbrar. Oriundo del Nilo o del Zambeze, ha aparecido en el Pisuerga, y no es improbable que otros ejemplares levanten cabeza en diversos puntos de nuestra geografía. En hábitats apropiados, como en Monfragüe, o en los embalses de García de Sola o de Orellana. También en nuestras ciudades, si están empadronados, en el supermercado, con mascarilla o tomando ricamente el sol en cualquier rincón urbano, acá o allá.
No debemos alarmarnos por ello. Al contrario. Bien pensado, el cocodrilo representa, en esta hora de recesión con tanto cierre de empresas, con la tocata y fuga de Nissán, una fuente de lucrativa actividad económica, capaz de encandilar a empresarios emprendedores o a autónomos con ganas de innovar. Pues todo en este saurio es aprovechable, desde su piel, base de bolsos y cinturones, a sus colmillos, idóneos para pulseras o collares, eso sin hablar de su carne, similar a la de nuestro lagarto estepario, blanca, tierna, jugosa, ¡hummmm!. A decir de experimentados gourmets, tal que Arguiñano, equiparable a la de la mismísima merluza cantábrica.
No es la única secuela de la pasada enfermedad. Cabe citar otra, no menos relevante: la obesidad. Vaya por delante mi opinión, según la cual así como la arruga es bella, también lo es la obesidad. Que a estas alturas no vamos a juzgar los arquetipos humanos según el canon griego de Policleto o de Praxíteles. Que estamos en el siglo XXI, en el de Botero, la tolerancia, la biodiversidad. Sin embargo, justo es reconocer esa tendencia que prima el culto al cuerpo. No es de extrañar, pues, que existan personas que, tras atiborrarse de perrunillas en el confinamiento, pretendan desprenderse de algunos volúmenes de más. Están en su derecho. Pueden conseguirlo, según afamados nutricionistas neoyorkinos, que no voy a citar, mediante la práctica del footing, del ayuno y la meditación trascendental.
Allá ellas.
Pero con servidor, no vayan a contar.

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