Abril, de nuevo. Se abre la puerta santa de la primavera ¿Pasamos?. Al otro lado, un tiempo diferente, donde se funden sentimientos diversos: ansia de vacación, emoción religiosa. No son incompatibles. Tiempo de descanso, tiempo de meditación, para no pocos, de penitencia...

Un paréntesis para olvidar el fragor de los problemas que nos agobian. No es el menor de ellos el de la sequía. No la meteorológica, que también, sino la de ideas, la de las ilusiones, la de confianza, de todas esas cosas que nos permiten caminar confiadamente hacia un despejado futuro.
De por medio, el perdón. Reconciliación, se dice, últimamente; suena mejor, más suave, más moderno, no nos hace sentir tan culpables de nuestros yerros. Pero perdón al fin, concordia. Algo más que bonitas palabras. Las únicas vías, quizás, capaces de devolvernos la fe en el otro, en nosotros mismos, el sosiego interior; imprescindible, se diría, para alcanzar el que en el exterior anhelamos cada día.
Semana Santa, pues. Ocasión para la reflexión, para la espiritualidad, metas ambas que alcanzaremos, bajo la luna llena, entre las espinas de una corona, redobles de tambor, nocturnos de corneta, murmullos procesionales. Al final, ya lo sabemos, el optimismo, la fuerza de la resurrección. Y otra vez a luchar. Bienvenidos sean este bálsamo, esta tregua.